Te falló lo establecido y fuiste errando entre ruedas y volantes. Regalaste la mitad del alma, entre otras cosas, y no hubo quien te la guarde. Y la otra mitad... váyase a saber. Nunca se te ocurrió volver a buscarla abajo del almohadón del sillón viejo, me contaron que quedó por ahí. El miedo no ayudó para frenar aquella bola de nieve que se inició cuando medias 1 metro y un poco más.  Por más que buscaste ser otra persona, fue imposible. No había tintura por más similar al color del sol que sea que oculte la oscuridad que llevabas adentro. Todo seguía igual. No comprendiste el contrato implícito que firmabas cada día con un diablo distinto. No sabías leer entre líneas. Cosas crecían dentro tuyo, convirtiéndose en extremidades que sentías ajenas. Estabas sola y rodeada de gente. Estabas asustada y completamente incompleta. Llorabas y dabas consejos que nadie seguiría. Caminabas perdida, soñando con no tener cuatro brazos, tres bocas, seis piernas. Y ya no había nada, ni ruedas, ni contratos, ni tintura, ni diablos, ni alma, ni vos.

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